Venezuela : ¿pacificos o terroristas?
“PACÍFICOS” VENEZOLANOS
El pacífico se ajusta capucha y guantes, se parapeta tras el árbol, se arrodilla, se cuadra en perfecta posición de tiro, dispara el rifle con mirilla telescópica hasta que la lejana figura cae abatida de certero balazo en la cabeza.
Tras él un guardaespaldas que hace de sombra se arrodilla, recoge uno, dos, tres casquillos para que el arma homicida no sea identificada.
Él afanosamente maneja su buseta de transporte público Barrio Sucre-Barrio Libertador en Táchira de repente el parabrisas se le astilla el mundo se le astilla el pensamiento se le astilla por certero balazo en la cabeza.
La grácil estudiante acelera el paso hacia la vanguardia de la manifestación que protesta contra la inseguridad; desde las propias filas de la marcha opositora alguien le descerraja certero balazo en la cabeza que entra por la nuca, para ofrecer a las expectantes cámaras de RCN y AP una víctima, una imagen, un argumento, un pretexto.
La excesivamente bella recién casada divisa los obstáculos de basura, suspira, frena. Cinco meses de embarazo le debilitan la paciencia, el cansancio de interpretar en lenguaje de sordomudos para los televidentes la vence.
Cualquiera se da el lujo de cerrar la carretera Panamericana con sobras; no puede dormir en el carro con el niño dando pataditas en el vientre. Abre la puerta para trasponer el basural. Camina por la vía desamparada y oscura. Una Beretta 9 mm siega de un solo balazo dos vidas.
El capitán de la Guardia despeja escombros en la avenida Godoy de Maracay y es abatido por cinco francotiradores.
En las exequias, el Presidente recuerda que el 12 de febrero el capitán le había obsequiado el libro de William Sheridan Allen “La toma del poder por los nazis”, diciéndole: “Hay que derrotar el Fascismo antes que sea tarde”.
Al trote entran los encapuchados en la universidad gratuita y a la carrera en las bibliotecas donde riegan gasolina y arrojan encendidas cajas de fósforos hasta que tantos libros y libros alcanzan Fahrenheit 451°, temperatura a la cual el papel arde y se incendia.
Con una máscara él posa para las cámaras de CNN como estudiante pacífico y con otra para las de NTN24 como dirigente de las guarimbas de Barinas; lo detienen, le decomisan dos máscaras, fusil de guerra, cartuchos calibre 762 y pasaporte extranjero que permite identificarlo como solicitado por Interpol con órdenes de captura como narcotraficante, secuestrador, extorsionista.
El trabajador de la cooperativa que contrata servicios con Movilnet y Cantv vuelve a casa y encuentra la protesta de vecinos y choferes contra los que queman unidades de transporte y arrojan niples y disparan con rifles cuyas balas tienden al trabajador sobre la acera, sobre la ambulancia, sobre la camilla del Hospital Universitario de los Andes donde ingresa sin vida.
Él dice ser estudiante pero no estudia y dice ser disc jockey pero ninguna discoteca lo avala, pretende ser modelo pero ninguna marca para sector de ingresos A desea prestigiarse con sus rizos y se siente fotogénico, pues busca con insistencia las cámaras de BBC Mundo y Reuters y con su celular se dispara selfies con capucha y sin capucha, con lideresas opositoras y símbolos de Otpor, con los operadores de guarimba que todavía le deben los mil bolívares por día, pero nunca con el refugio para damnificados de los bolivarianos donde vive gratis y donde espera que el gobierno, al cual trata de derrocar con instantáneas, le regale vivienda propia para poder seguir quemando cosas más tranquilamente.
Él llega hasta el acueducto, abre la maleta del carro, arrastra tambores con fuel oil hasta la orilla, ve extenderse la mancha irisada de aceite que envenenará el agua potable.
Con manos callosas de tallar santos y trajinar exilios la artesana remueve escombros que cierran el paso a la calle donde vive: en las manos divisa una lucecita roja que baila, sube por el antebrazo y el brazo hasta el cuello, hasta la cara donde revienta el certero balazo a la cabeza dirigido por la mirilla láser.
Los pacíficos pasean en la gran camioneta con cristales oscuros. Ambos van armados hasta los dientes. Uno abre el conducto que siembra erizos con púas; el otro la espita del tanque que riega aceite para que los automóviles patinen y choquen; suena un lejano estrépito de metal fracturado; ninguno se voltea.
Él es dirigente estudiantil en la Universidad Nacional Experimental de Guayana, él participa en duro debate para que se reanuden las clases contra opositores que lo amenazan, él regresa a su casa, a él le disparan desde un automóvil, él cae sin vida, sobre él caen malheridos tres amigos que lo acompañan.
El motorizado acelera por la avenida Rómulo Gallegos, el motorizado es degollado por un invisible cable de acero colocado por terroristas para decapitar a quien pase.
La detective detiene in fraganti a un individuo que perturba el orden público en Altamira, los efectivos de la Policía de la municipalidad opositora que protegen a los terroristas persiguen su vehículo, le disparan en la autopista de Prados del Este, la joven detective cae acribillada.
De noche el motorizado regresa a casa por las calles de Mérida llevando a su madre de parrillera, una trampa de alambre de púas lo troncha causándole fractura del brazo derecho y traumatismos: la madre cae aventada por la trampa, la fractura craneal y tres consecutivos infartos la matan.
Los pacíficos recorren la avenida arrojando gasolina encendida y la emprenden contra la gran fachada del edificio que apedrean, apalean, tirotean, fracturan sin reparar o reparando que en la guardería entre la humareda gritan más de ochenta niños que milagrosamente cuidadores pedagogos empleados ponen a salvo.
Él es el 190 de los detenidos en el campamento que bloqueaba la vía pública a quien hacen examen toxicológico de drogas; es el 49 que sale positivo.
La anciana de 89 años reposa bajo cuidado médico; alrededor de la casa una turba insulta, apedrea, entrechoca trozos de hierro y cacerolas, amenaza matar a los habitantes, reprocha que un hijo suyo sea funcionario; la anciana despierta, se sobresalta, siente un dolor inenarrable en el brazo izquierdo y en el corazón y en el alma y expira.
El yuppie que cuando era venezolano entregó la soberanía del país y causó la masacre de varios millares de compatriotas ahora que es estadounidense avala la entrega de 15 millones de dólares que otorgan en Washington para que su anterior patria sea destruida por pacíficos.
En aquella oportunidad sufrió en público un ataque de nervios. Ahora, a salvo de toda posible consecuencia, ni pestañea.
Con un billete o una bala que son tan poca cosa acaban los pacíficos con la vida, que lo es todo.
Fuente : Tena Carlos