Agosto de 1940. España «pacificada» por el franquismo y Francia ocupada por las tropas nazis. Después de detenerlo el día 13 en Bretaña, a finales de mes la Gestapo deja (vía Hendaia) al president de la Generalitat, Lluís Companys, en manos de las autoridades franquistas, en una extradición informal e ilegal, posible solo gracias a la amistad del entonces director general de Seguridad, José Finat y Escrivá de Romaní, conde de Mayalde, con la Alemania nazi. No era el primer trofeo de caza del que posteriormente sería alcalde de Madrid: un mes antes había conseguido que los alemanes le entregarán al socialista bilbaíno Julián Zugazagoitia, también fusilado posteriormente.
No fue el primer paso de Companys por la cárcel. Tras proclamar el efímero «Estado Catalán de la República Federal Española» el 6 de octubre de 1934, pasó año y medio en prisión hasta que la victoria de las izquierdas en febrero de 1936 le devolvió la libertad y la presidencia de la Generalitat. Pero cuatro años más tarde todo había cambiado. La república yacía en una cuneta y Companys, superado por la complejidad de la Guerra Civil en Barcelona y olvidado en el exilio, no era el símbolo que había sido ni el mito que sería. Con todo, seguía representando tres elementos insufribles para el franquismo: catalán, republicano y de izquierdas.
Torturado y condenado
Tras ser torturado en la Dirección General de Seguridad durante mes y medio, el 14 de octubre fue sometido a un consejo de guerra. El supuesto juicio no duró ni una hora y en él se acusó a Companys hasta de obligar a prostituirse a las hijas de una amante. «Lo que acaba de leer es canallesco y falso», protestó. En vano. La sentencia por «rebelión militar» ya estaba escrita de antemano: pena de muerte y embargo de todos los bienes. Hoy, 15 de octubre de 2015, sigue siendo una sentencia firme no anulada por ninguna instancia judicial. Ni el Estado español, ni ninguno de los gobiernos que ha tenido desde entonces ha pedido perdón. Y lo que es peor, la figura de Companys apenas es reconocida en el Estado.
Sí que lo es, y mucho, en Catalunya, en especial en los últimos años, donde a veces se cae en la simplificación de una figura poliédrica, compleja, difícilmente abordable desde los parámetros políticos actuales. Catalanista pero no independentista, el líder de ERC proclamó la República española en 1931, el Estado catalán dentro de una República española en 1934 y prefirió sumarse a la defensa de la legalidad republicana en 1936, en vez de meter la directa y proclamar la independencia, como muchas cancillerías europeas pensaban que haría Catalunya. Defensor de los pequeños propietarios agrícolas y puente entre el catalanismo y el anarcosindicalismo, fue amigo íntimo de Salvador Seguí, el ‘noi de Sucre’, carismático militante anarcosindicalista de la CNT.
Companys tenía, además, una vertiente humana a prueba de fuego. Centenares de personas de derechas y varios clérigos huyeron de Barcelona tras la victoria de la resistencia en julio del 36 gracias al entonces president. Hasta el general Queipo de Llano, el mismo que instaba a matar republicanos «como si fuesen perros», se lo reconoció. «Dios se lo tenga en cuenta», dijo. Dios no se sabe, pero Franco no se lo atendió. Hace exactamente 75 años, descalzo, pisando su tierra tal y como pidió, un pelotón de fusilamiento acabó con su vida en Montjuïc. «Per Catalunya!», gritó justo antes.
Fuente : Naiz
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